Mi cepillo de dientes me reclamó está mañana, pues asegura que ya no podrá ser testigo de nuestros besos con los labios un poquito apretados para no condenar al otro con ese mal aliento matutino.
Mis huesos, sin embargo, me juran que ellos son los más afectados, me gritan, el frío los congela y tú no estás para poner sobre ellos tu piel, tú presencia o una simple frazada.
Le explico a mi cuerpo que de ese calorcito interno que ardía en el corazón tenemos que hacernos caso solos otra vez, que aunque se acostumbrara a recibir altas dosis de besos eso ya se terminó.
Y me duele, me duele el pecho porque tú vives en ahí, entre mis costillas, sobre mi diafragma.
Vete más despacio, mi amor, mienteme un poco y dime qué te vas para extrañarme.
Que te vas para echarme de menos, porque aunque sé que tú ya tomaste la desicion, yo me quede sola en nuestro planeta esperando a que vuelvas, me quedé esperándote en el capítulo XXI del último libro que me regalaste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario